Un general apretado
Le caía una
gota de sudor por atrás de la rodilla y varias en forma de cortina por la
frente. Sentía calor en el estómago, sentía asfixia. El bombo sonaba bastante
cerca, casi a cinco pasos de distancia. El grito de la multitud parecía retumbarle
dentro.
La
manifestación seguía su curso, caminaban por Av. de Mayo sin notar que entre
ellos iba un general nervioso. La gente lo llevaba apretado entre los cuerpos,
con los pies en el aire, como atraído por la energía del pueblo, como chupado
por el movimiento de la revolución. Le picaba la ceja izquierda y el mayor
movimiento que logró fue levantar el hombro unos centímetros e inclinar la
cabeza de costado, sin éxito.
La señora de
al lado parecía haber entrado en calor y, sin dejar de apretarlo contra la
multitud, se subió la remera hasta casi mostrar sus pechos. El joven de la
derecha no soltaba la caja de vino y cantaba el hit del manifestante.
El general
necesitaba un vaso de agua. Necesitaba irse de ahí en realidad, pero por lo
pronto con algún líquido que calme su calor y sus nervios, estaría mejor. Ehh disculpame,
me darías un poco de tomar? Si compañero, todo suyo. Tomó tres tragos largos de
vino tinto barato un poco tibio. Sintió que devolvía el guiso de lentejas del
mediodía. Le dio una puntada en la sien, hizo arcadas, intentó sostenerse el
estómago con la mano libre. Toma, gracias. No, de nada. Si querés, pedime más.
Pensó que se desmayaba, el alcohol le había doblado el calor y ahora además
estaba descompuesto.
Miró para
los costados, buscaba por donde escapar. La señora casi en tetas lo miró
sonriente. El muchacho del vino le extendió la caja una vez más, a lo que el
general agitó la mano en señal de rechazo. Con mucho esfuerzo pudo girar su
cabeza y vio que para atrás la multitud se volvía mar. Y fue cuando tomó la
decisión. Se desabrochó la camisa, se limpió el sudor de la frente, levantó la
cabeza y comenzó a cantar al compás del bombo.
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